Durante años, Brian Jeffrey Raymond fue un rostro amable en las plataformas de citas como Tinder y Bumble. Aparecía como un hombre exitoso, educado, diplomático de carrera y, según sus propias palabras, un servidor público comprometido con su país. Pero tras esa fachada intachable se escondía un agresor serial que se aprovechó de su posición en la Embajada de Estados Unidos en México para violar a mujeres mexicanas en completo estado de indefensión.
Su método era siempre el mismo: citas cuidadosamente planeadas, copas de vino, quesos y chocolates ofrecidos con cortesía, hasta que las víctimas perdían el conocimiento. Lo siguiente era una secuencia que ninguna de ellas puede recordar con claridad… pero que quedó registrada en decenas de fotografías y videos que el propio Raymond grababa mientras abusaba sexualmente de ellas.
### Un cargo de alto nivel y una doble vida
Raymond no mentía cuando se presentaba como diplomático. Desde 2018, era primer secretario de la embajada estadounidense en México, y antes de eso había trabajado para la CIA. Su historial académico era impecable: hablaba varios idiomas, tenía estudios en universidades de prestigio y había trabajado en misiones diplomáticas en más de 20 países.
Esa credencial fue su escudo. Gracias a ella generaba confianza en sus víctimas y también le permitió eludir consecuencias inmediatas, incluso cuando la policía de la Ciudad de México lo detuvo en 2020 tras una denuncia directa de una joven que logró pedir ayuda desde un balcón, tras recobrar el conocimiento durante el abuso.
Raymond fue liberado en ese momento gracias a su inmunidad diplomática.
### Nueve mujeres mexicanas, 27 víctimas en total
Los documentos desclasificados recientemente por el Departamento de Justicia de Estados Unidos revelan una historia mucho más oscura de lo que se pensó en un inicio. En total, al menos 27 mujeres fueron agredidas sexualmente por Raymond. Nueve de ellas en México, entre 2018 y 2020.
El patrón se repite en cada testimonio: encuentros acordados por apps de citas, reuniones en el departamento de Polanco proporcionado por el gobierno estadounidense, bebidas alcohólicas adulteradas, desmayos súbitos… y luego el horror. Muchas de ellas despertaron desnudas, desorientadas y sin memoria de lo ocurrido. Otras ni siquiera supieron lo que les pasó hasta que el FBI las localizó años después y les mostró los videos que el diplomático había grabado sin su consentimiento.
### El día en que descubrieron la verdad
Algunas víctimas fueron contactadas por agentes federales estadounidenses y citadas en la misma embajada donde Raymond había trabajado. Otras prefirieron verse en cafeterías o en sus propias casas. Fue en esos espacios donde las mujeres se enfrentaron a uno de los momentos más devastadores de sus vidas: descubrir que habían sido drogadas, violadas y grabadas.
“Me mostraron 20 fotos y 15 videos de mí desnuda, inconsciente. Vomité varias veces durante la reunión”, declaró una de las víctimas.
Los testimonios reflejan no solo el trauma del abuso, sino también la revictimización por parte de las autoridades mexicanas, la vergüenza social y el miedo a represalias. Muchas optaron por el silencio durante años, hasta que la evidencia las confrontó.
### Entrenamiento para la violencia
Lejos de ser un agresor impulsivo, Raymond operaba con frialdad quirúrgica. Su formación en inteligencia y diplomacia le dio herramientas para planear sus crímenes con meticulosidad. Usaba su departamento oficial, pero también hoteles de lujo, donde ofrecía cenas aparentemente inofensivas. Siempre había vino. Siempre había fotos.
En uno de los casos documentados, una mujer despertó sola, en ropa interior, sin saber que 33 imágenes y un video habían registrado la agresión.
Otra recuerda haber visto a Raymond sujetándole el cabello mientras vomitaba, antes de perder la conciencia. Más tarde, supo que él consideraba aquella noche “un éxito”, como escribió en un mensaje recuperado por la policía.
### La sentencia y el vacío que deja
En septiembre de 2024, Brian Jeffrey Raymond fue sentenciado a 30 años de prisión. También se le ordenó pagar una compensación de 10 mil dólares por víctima, una cifra que todas coinciden en calificar como irrisoria frente al daño irreparable que sufrieron.
“No merece volver a ver la luz del día”, expresó una de las mujeres violentadas.
Hoy, los testimonios son un grito de denuncia y también un llamado de atención sobre el poder mal utilizado, sobre el privilegio que encubre abusos y sobre la importancia de creerles a las víctimas, incluso cuando el agresor parece intocable.
“Creí que estaba con un hombre bueno, educado, con un trabajo importante. Pero él ya sabía lo que iba a hacerme desde el primer momento”, dice una de ellas. “Ahora vivo cada noche luchando contra la ansiedad y el miedo. Me robó algo que no puedo recuperar.”
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