El presente artículo lo escribí hace aproximadamente dos años, pero por diferentes razones no lo publiqué; hoy, que ha muerto José Luis Alvarado Nieves, el Brazo de Plata o Súper Porky, popular luchador de finales del siglo pasado, que después de su retiro vivió en condiciones muy lastimosas, es una buena razón para publicarlo; ustedes lean por qué.
Marco Vinicio Dávila Juárez
En aquel libro leído en la adolescencia, Un mexicano más, Juan Sánchez Andraka, hace una crítica a la educación pública y en uno de los capítulos narra el encuentro de Juan Mendoza, el joven personaje principal de la novela, con dos personajes contradictorios; primero Juan tiene un encuentro, en la biblioteca municipal, mientras “ojeaba” un libro sobre la cultura maya, con el autor del mismo, un antropólogo que se sorprende agradablemente porque un joven mostraba interés por sus raíces y por su obra; el antropólogo le expresa un reconocimiento al estudiante de secundaria y le hace una invitación a leer y a estudiar más sobre las culturas mesoamericanas, Juan Mendoza con desdén afirma que no es que le interesara el libro, causándole tal respuesta un desasosiego al antropólogo; en eso estaban cuando se comenzó a escuchar un rebumbio en la calle a lo cual Juan salió a ver qué pasaba y se encontró de frente con el carro descapotable del gladiador del momento que andaba haciendo propaganda para la función de lucha libre que esa misma noche se efectuaría en el pueblo, llamó la atención de Juan el convertible último modelo en que se paseaba el gladiador, cuya capa se desplegaba en el aire, mientras detrás de él corría la chamacada echando porras y gritando vivas al deportista; atrás quedó sólo y desolado en la puerta de la biblioteca el antropólogo que por cierto se retiró caminando pues su trabajo no le daba para comprarse un coche en el cual trasladarse. Así, con la lectura de este libro hace ya muchos años, entre otras, comenzaron mis reflexiones sobre el deporte del pancracio.
Como a todos los chavos del barrio en que crecí, de niño me gustaba la lucha libre, conocía de cerca a los luchadores locales, por mi trabajo en una imprenta tuve la fortuna de verlos de cerca cuando iban a recoger la propaganda para las funciones dominicales, los veía grandes y fuertes. Y los domingos por las tardes me iba a la función con toda la chamacada del barrio. Conocí en vivo al jamaiquino Dorrel Dixon y al Cavernario Galindo, los dos ya en una etapa decadente, pero no importaba fueron grandes en el ring; pude ver de cerca al Perro Aguayo, a los Brazos, al Súper Muñeco, bueno, a un sinfín de luchadores famosos en la televisión, como famosos fueron los dos primeros que nombré por las películas donde salían al lado del Santo y Blue Demon. Una tarde, al cabo de varios años, vi deambulando por las calles de la ciudad al temible Etiope, un tipo grande y mal encarado, del bando de los rudos, pero iba con su ropa y su apariencia en mal estado, me dio la impresión de que algo no estaba bien en su cabeza; luego, supe que en un pleito callejero habían asesinado al Halcón Negro, que además de luchador, era mesero en un bar recibiendo sólo las propinas como paga. ¿Por qué si son famosos viven así o terminan así, me preguntaba? Quizá no eran tan buenos luchadores como los que salían en la TV. En aquel entonces, ver “las luchas” en la televisión era parte de la rutina semanal de la clase trabajadora en el barrio y en las colonias circunvecinas en las noches de lucha libre acaparaba la atención el monitor de la televisión.
En ese entonces los niños y los pubertos queríamos “ser luchadores” la imagen atlética de Blue Demon, de Huracán Ramírez, de Tinieblas o Mil Máscaras eran los referentes a que aspirábamos y nos inspiraban a practicar
deportes.
Me animé a escribir estas líneas porque hace unas semanas, un domingo mientras buscaba algo que ver en la televisión encontré un programa de Lucha Libre, y me quedé viéndolo un rato, hay que actualizarse en los nombres que cubren la cartelera hoy día. Pero lo que me sorprendió fue ver una mole humana arriba del ring mientras los “vendecerveza”, es decir los “comentaristas deportivos” exaltaban al personaje que aparecía en el centro del ring: el Niño Hamburguesa, un joven de unos veintitantos años, un mexicano de estatura promedio pero con más de 100 kilos de peso, de cara jovial y alegre, pero evidentemente con graves problemas de obesidad, los que narraban la pelea hacían de este jovencito el modelo a seguir, pues a pesar de su obesidad tiene habilidad y agilidad para ser “estrella” del pancracio, sin tomar en cuenta que uno de los graves problemas de salud pública en nuestro país es precisamente la epidemia de obesidad y sobrepeso que hay en la población infantil y juvenil. Ese tema será para otro momento, sólo menciono el hecho porque motivó estas líneas y como aficionado que alguna vez fui de este deporte ya tenía varios elementos acumulados para una reflexión necesaria.
No voy a plantear aquí, la necia discusión de que si la lucha libre es o no un deporte. El debate no debe ser ese, el debate debe ser: si la lucha libre es también un espectáculo, por qué a los protagonistas, los luchadores, deportistas sin duda alguna, no les va bien en ese negocio. Y si es un negocio, ¿quién gana y quién pierde? Cuántos luchadores desaparecen de la cartelera, o de la vida, porque, literalmente, se fracturaron la rodilla, o la columna vertebral; a Dorrel Dixon y al Cavernario Galindo los vi en funciones a beneficio de ellos mismos, estaban viejos y andaban muy mal de salud y económicamente.
Estas dos situaciones son características de los deportistas que practican la lucha libre profesional. Por lo que el quid de la cuestión es justamente que cuando un deportista se hace profesional, ya no es sólo un deportista, desde el momento en que comienza a recibir una paga se convierte también en un trabajador profesional, con una actividad laboral que tiene características particulares, pero que sin embargo es un trabajo.
Este trabajo es una profesión extrema, ya que la naturaleza de la actividad pone de manera permanente en riesgo la integridad de los deportistas; y como todo negocio de espectáculos, atrae y vende más lo que produce más emociones, por lo que se les exige a los trabajadores superar cada vez más el grado de dificultad de su actividad, lo que quiere decir el grado de peligro de las llaves y contrallaves que realizan.
Decir que muchos luchadores han muerto como consecuencia de su actividad profesional, algunos incluso allí mismo en su lugar de trabajo, en el ring, no es una exageración, los casos más recientes fueron los de El Hijo del Perro Aguayo, el 20 de mayo del 2015 falleció durante una exhibición en donde se fracturó tres vértebras lo que le provocó un paro cardiaco; el otro caso fue el de La Parka, murió en el hospital a consecuencia de una compresión de la médula espinal sobre sus pulmones y sus riñones mientras realizaba una exhibición en la Arena de Monterrey, Nuevo León, en el 2019.
Pero la gran mayoría de estos deportistas, incluso luchadores de gran cartel, auténticas figuras del espectáculo, terminan en la miseria, apelando a la solidaridad de sus compañeros activos, que realizan funciones a beneficio, que gestionan diferentes actividades para apoyar a los compañeros caídos en desgracia. Mientras los vividores empresarios, los monopolios de la televisión y del periodismo deportivo incrementan de manera escandalosa sus ganancias, los deportistas, la mayoría jóvenes con muchas ilusiones, son usados como material desechable, aun cuando la principal motivación para incursionar en este deporte de manera profesional más que la fama, es la paga que pueden ganar si se esfuerzan y se arriesgan más cada día, que es el riesgo que se debe correr para salir de la pobreza.
En el medio olímpico los deportes de contacto como el box, la lucha libre, la lucha greco romana y las distintas artes marciales siempre fueron dominadas por los países del llamado bloque socialista, la URSS* y Cuba dominaron durante muchas justas olímpicas el box y las diferentes modalidades de la lucha; pero deportistas de Hungría, Yugoslavia, Polonia, Rumania y sobre todo Alemania Democrática, destacaban en las olimpiadas ante los reclamos de los “comentaristas deportivos” occidentales, que con la visión del deporte en el llamado “mundo libre” es decir, del deporte de paga, afirmaban muchas veces que eran injustas las competencias porque los deportistas de los países socialistas tenían años y años de experiencia, mientras que los deportistas del resto del mundo, en los deportes de contacto, casi todos sólo tenían de experiencia los cuatro años anteriores a la justa olímpica en que participaban. Y es que efectivamente una de las características del deporte en los países que vivieron la experiencia de la construcción socialista, en el siglo pasado es que el deporte no se practicaba por dinero, ni se veía como un medio para salir de la pobreza, sino como parte de la formación integral del ser humano, como acondicionamiento físico o esparcimiento, pues era además un derecho social. Los que significa que en el socialismo-comunismo los deportistas no tienen necesidad de contender para salir de la miseria, no arriesgan su integridad física ni su vida por comida; la juventud puede practicar lucha libre o cualquier otro deporte y pueden llegar a ser los mejores, tener acceso a los gimnasios, con buenos entrenadores y reconocimiento a sus méritos deportivos, por el sólo hecho de querer hacerlo.
En México, los derechos laborales, entre otros el derecho a pertenecer a un sindicato que vele por los intereses de los trabajadores no se obtiene sino peleando contra la patronal, las oficinas gubernamentales del trabajo y los sindicatos propatronales con sus esquiroles. Los luchadores profesionales han intentado en más de una ocasión formar sindicatos de trabajadores de la lucha libre. Recientemente, en el 2017, la gran figura del ring, Octagón, junto con otros luchadores, intentaron formar un sindicato: “Hay que reactivar el sindicato para que los luchadores protejan sus garantías al subirse a un ring, un seguro que ayude a atletas de alto rendimiento, para que cubra en todo lo necesario, pues si tienen alguna lesión no tienen ningún respaldo y ellos mismos se tienen que pagar” afirmaba Octagón**, pero se enfrentan siempre a las maniobras de la patronal que fomenta la división entre los trabajadores de la lucha libre. El camino para emancipar al deporte como derecho social es largo, pero pasa, sin duda, porque los trabajadores de la lucha libre, ahora, se organicen para alcanzar los beneficios sociales que les otorga la Ley Federal del Trabajo, esto es posible pues son ante todo luchadores, y luchando lo van a lograr.
Fuentes:
- https://elpais.com/diario/1980/07/18/deportes/332719208_850215.html
** https://lospleyers.com/destacado/sindicato-luchadores-historia-no-mexico/