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+ Hombres armados que ajusticiaron a esposo de Ana Bálcazar, regresaron a zona rural a garantizar que su sepelio se realizara en paz y sin molestar a los deudos
Ignacio Carvajal
Minatitlán, Ver.- Unas 40 unidades automotrices con las placas vehiculares cubiertas, tripuladas por varios hombres armados quienes portaban una bandera blanca, se pasearon en la zona rural de Mina para resguardar el cortejo fúnebre de Ana Balcázar Reyes.
Ana fue baleada hace más de 20 días en San Cristóbal, a unos 60 minutos de la cabecera, y murió el lunes en la madrugada. Es la segunda mujer de la familia Bálcazar Reyes víctima de feminicidio, antes fue Hortensia, dejó 4 huérfanos.
Ante amenazas de la familia del asesino de Ana Bálcazar, la familia esperaba que mínimo les mandaran una patrulla al funeral para sentirse más seguro. Pero ni eso. El alcalde de Mina, Nicolás Reyes, ni se paró por el lugar.
Ahí, en medio del dolor, aterrorizados por las amenazas de que les harían daño, y en medio de una miseria vergonzante, despidieron a Ana Bálcazar con alabanzas, corridos y aplausos aderezados con lágrimas.
Eran las 3:30 de la tarde, el féretro reposaba en la iglesia a la espera de ser llevado a sepultar al poblado vecino de San Cristóbal, cuando varios motociclistas se hicieron notar.
Hombres que no eran de la zona -decían los mismos vecinos- comenzaron a tantear el terreno.
Al poco tiempo apareció el imponente comando de pistoleros haciendo el primer patrullaje en el Valedor, sin saludar a nadie, tomaron camino a San Cristóbal.
Pero dejaron sentir su presencia ante la ausencia de las autoridades, pues ni la Policía Municipal ni la SSP se presentó por estos rumbos donde es común la violencia doméstica.
Fue así como murió Hortensia Balcázar, la primera caída de la familia, su ex esposo la golpeaba constantemente, hasta que un día llegó y le disparó mientras ella amamantaba. Su cadáver se desangró en el suelo donde hoy velan a su hermana.
Bejamín Luis Gutiérrez, ex esposo de Ana, intentó hacer lo mismo, pero cuando preparaba su escape, después de haber disparado por la espalda a la mujer, los autodefensas lo cazaron y lincharon en el poblado de El Chiflido, muy cerca de El Valedor, y en la antesala que conduce al Valle de Uxpanapa, la región hostil de donde provienen este grupo de civiles armados que tomaron esa madrugada la justicia en sus manos, no sin antes advertir que lo mismo pasaría a quien maltratara a inocentes, y que hoy muestran su lado amable con las banderas de paz cuidando el paso del cadáver de Ana Balcázar camino al camposanto.
Ahora que se dejan ver en El Valedor, a los deudos de Ana y Hortensia no les queda duda de que pueden marchar seguros de que su integridad no será trastocada. El convoy de al menos 40 unidades, entre camionetas todo terreno, coches compactos y camionetas de redilas, impone a su paso y deja sentir que son proveedores de paz, justicia o guerra.
Cuando el convoy llegó al poblado de San Cristóbal, donde se encuentra el camposanto donde depositaron a Ana Balcázar, las personas salen de sus casas a recibirlos.
Como sería habitual en una ciudad, nadie saca su celular para hacer transmisión en vivo, tomar fotos o video.
El convoy de pistoleros cruza en silencio. Ni si quiera se escucha música en alguna de sus unidades. Todo se vuelve solemne y un tanto marcial. Los habitantes de San Cristóbal los miran pasar y admiran. Nadie hará nada para exponerlos o hablar mal de su papel. Tampoco es prudente conocerlos o mirarles el rostro.
Los sujetos realizaron patrullaje por San Cristóbal como tratando de alejar a cualquiera que amenazara la tranquilidad del cortejo fúnebre. Después de ese patrullaje regresaron a El Valedor para escoltar los camiones de los deudos y regresaron con ellos a San Cristóbal. Durante todo el sepelio los sujetos apoyaron en la vigilancia a la dolida familia Balcázar Reyes. Mientras, la sepultaban, a un costado de la carretera, los pistoleros se apearon de sus unidades y se colocaron estratégicamente.
En su casa, Francisca Reyes denunció que han pasado ocho meses desde el feminicidio de Hortensia, y no hay justicia, su agresor sigue libre, y sus cuatro nietos, a quienes prometieron becas, sin apoyo. Se sienten engañados. Ella los ha ido criando con lo que le regalan los vecinos y sus hermanos. Literalmente vive de la caridad, lejana de la mirada de defensores de los derechos humanos, feministas, antiabortos y organizaciones que a diario saturan las redes sociales enarbolando la defensa de los derechos humanos. Solo en un mundo así de miserable, es posible creer que estas personas se sientan protegidas por un comando que impone su propia ley. La ley negada por el Estado.
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