José Vargas.
Tierra Blanca, Veracruz.— En una humilde vivienda que también funciona como carpintería, en el ejido El Pantano, el tiempo parece haberse detenido. Ahí, la familia del teniente aviador Luis Enrique Castillo Terrones espera la llegada de su cuerpo para poder despedirlo, tras perder la vida en el desplome de una aeronave de la Secretaría de Marina Armada de México (SEMAR), cuando cumplía una misión humanitaria.
Luis Enrique, originario de Tierra Blanca, falleció el 22 de diciembre mientras participaba en el traslado aéreo de un menor de edad con quemaduras graves hacia Galveston, Texas, donde recibiría atención médica especializada mediante gestiones de la Fundación Michou y Mau. Antes de llegar a su destino, la aeronave se precipitó, cobrando la vida de seis personas.
Durante más de 24 horas, la familia vivió entre la incertidumbre y el silencio oficial. Hasta la mañana del martes 23 de diciembre, sus padres, Eduardo Castillo Córdoba, carpintero de oficio, y Teresa Terrones Villegas, no contaban con información precisa sobre el paradero de su hijo. La espera se volvió desesperación en la casa ubicada a unos 23 kilómetros de la cabecera municipal, perteneciente a la congregación Joachín, en la región cuenqueña.
Fue hasta la tarde-noche del martes cuando la SEMAR notificó que el cuerpo del teniente aviador había sido localizado por la Guardia Costera de los Estados Unidos, siendo el último tripulante en ser encontrado tras el accidente aéreo. Sin embargo, al cierre de esta edición, la familia aún espera la llegada del cuerpo para iniciar los servicios funerarios.
A esa vivienda llegaron medios de comunicación nacionales, quienes atestiguaron el dolor, la incertidumbre y el orgullo de una familia humilde que despide a un hijo entregado a su vocación. Sus padres lo recuerdan como un joven disciplinado, comprometido con México y apasionado por el servicio.
La tragedia se profundiza al confirmarse que Luis Enrique deja en orfandad a un recién nacido, mientras que su esposa se encuentra en los últimos días de embarazo, situación que ha conmovido a la comunidad de Tierra Blanca.
En El Pantano, no hay aún sirenas ni honores militares. Hay silencio, espera y una familia que aguarda el regreso de su hijo para poder llorarlo, abrazarlo por última vez y darle sepultura en la tierra que lo vio nacer.
Murió en cumplimiento del deber. Hoy, su hogar lo espera.



