CIUDAD DE MÉXICO.— El enfrentamiento entre el senador Adán Augusto López Hernández, coordinador de la bancada de Morena y presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado, y el empresario Ricardo Salinas Pliego, dueño de Grupo Salinas, ha escalado en los últimos días a una batalla abierta por el relato público sobre poder, medios y política. Lo que comenzó como una serie de acusaciones mediáticas ha derivado en un choque frontal entre una de las figuras más visibles del obradorismo y uno de los empresarios más influyentes y polémicos del país.
En declaraciones recientes, López Hernández acusó a Salinas Pliego de estar detrás de una campaña de ataques provenientes de la “ultraderecha”, la cual —dijo— busca desprestigiarlo con reportajes y filtraciones en medios como Latinus. Según el morenista, detrás de estos embates no sólo hay motivaciones ideológicas, sino también económicas. “El pueblo de México tiene que saber cómo adquirió esa televisora”, afirmó en referencia a TV Azteca, a la que señaló de haberse comprado con recursos provenientes de la “partida secreta” presidencial durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, a través de su hermano Raúl.
En un tono desafiante, López sostuvo que el empresario “se robó el canal 40” —hoy ADN 40— y que en aquel episodio participaron figuras del periodismo que “callaron” ante lo que consideró un despojo. “Hay una embestida de la ultraderecha. Piensan que el pueblo se va a comprar la farsa que está montando el excéntrico millonario; al contrario, lo que todos tenemos que hacer es dar a conocer cuál es el origen de su fortuna, de qué tamaño son los contratos”, lanzó el tabasqueño.
Pero el conflicto no se reduce al terreno mediático. En entrevista con Proceso, Adán Augusto fue más allá al afirmar que la marcha convocada para el próximo 15 de noviembre —presentada en redes sociales como un llamado ciudadano de la llamada Generación Z— es en realidad una movilización financiada y organizada por Salinas Pliego y Claudio X. González, dos de los empresarios más críticos del gobierno federal. Según el senador, “están mandando camiones a los pueblos para invitar a la gente a venir a pasar el día a la Ciudad de México”. Aun así, pidió que la manifestación se mantenga pacífica y defendió las medidas de seguridad implementadas en Palacio Nacional.
“Es obligación de la autoridad salvaguardar los monumentos históricos y los edificios públicos. No es la primera vez que se colocan vallas para evitar desmanes; acuérdense que no hace mucho rompieron una de las puertas de Palacio Nacional”, declaró el exgobernador de Tabasco.
Las acusaciones de López Hernández se inscriben en un momento particularmente tenso entre el oficialismo y sectores empresariales que han mantenido distancia o abierta confrontación con el gobierno de la llamada Cuarta Transformación. Desde su trinchera, el senador sostiene que la ofensiva mediática proviene de intereses económicos afectados por políticas de austeridad y reestructuración de contratos públicos. En ese contexto, también mencionó al empresario naviero Juan Pablo Vega Arriaga, presuntamente vinculado a un cargamento de huachicol, de quien reconoció ser conocido “desde hace cinco o seis años”, pero negó cualquier relación indebida.
Del otro lado, Salinas Pliego ha utilizado sus plataformas —en especial la red X (antes Twitter)— para responder con ironía y desdén. Ha acusado a López de representar la corrupción enquistada en la política mexicana y ha pedido que, si existen pruebas de irregularidades o vínculos con el crimen organizado, se actúe “con contundencia”. El magnate ha convertido su disputa con el morenista en una bandera contra lo que considera un proyecto autoritario y contrario a la libertad de empresa.
Este intercambio ha encendido un debate más amplio sobre los límites entre el poder político y el poder mediático. En la práctica, Adán Augusto y Salinas Pliego encarnan dos polos opuestos de la disputa por la opinión pública: el primero, como parte del núcleo político que aspira a heredar el proyecto de López Obrador; el segundo, como empresario que ha hecho de la confrontación un estilo y un instrumento de influencia.
Mientras tanto, la marcha del 15 de noviembre podría convertirse en el siguiente escenario donde ambos midan fuerzas. López la ve como una movilización teledirigida por las élites económicas; sus opositores la presentan como un ejercicio genuino de participación ciudadana. En cualquier caso, lo que se perfila es un episodio más de un pulso más profundo: el de la lucha por el control de la narrativa nacional en un país donde los límites entre política, medios y poder económico son cada vez más difusos.



