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La crisis mundial por el Coronavirus ha encontrado en México actitudes políticas que por desgracia no ayudan a detener la propagación de la pandemia. Sobresale la postura del presidente Andrés Manuel López Obrador, cuyas acciones y declaraciones públicas contradicen, descalifican y dan poca importancia a las indicaciones que su gobierno realiza para pedir a la población el resguardo voluntario en casa y la sana distancia entre personas, como las principales acciones para evitar los contagios que -por desgracia- van en aumento.
En la agenda nacional de riesgos se reconoce a las pandemias como una de las diez amenazas más graves a la seguridad nacional de México, por el daño que puede representar para la población y para la estabilidad nacional.
Sistemáticamente, el Presidente se niega a aceptar que su salud -más que un asunto personal o familiar- es un tema de seguridad nacional. Sus giras, su intervención en eventos públicos, sus afectuosos saludos a la gente o su negación a hacerse la prueba del coronavirus, sólo generan confusión y fortalecen la incredulidad social ante el riesgo inminente.
Andrés Manuel minimiza el riesgo de terminar infectado y con ello confunde la realidad.
Lo cual, además del mensaje equivocado al pueblo, “hay que predicar con el ejemplo”.
De enfermarse por Coronavirus se vería obligado a un tratamiento potencialmente complejo debido a que pertenece al grupo de población más vulnerable por su edad y antecedentes médicos: hipertensión arterial, las secuelas del infarto agudo al miocardio, con un reinfarto posterior que enfrentó hace unos años y un posible enfisema pulmonar por haber sido fumador durante muchos años de su vida.
Indudablemente que López Obrador es vulnerable ante esta pandemia y los riesgos no los esquivará con amuletos, imágenes religiosas o con la “fortaleza moral” que le abonó el subsecretario de salud, Hugo López Gatell.
Es muy inquietante que ningún integrante del Comité Nacional de Emergencias o del Comité Nacional de Seguridad en Salud o de la propia Secretaria de Salud le hayan planteado al Presidente que sus acciones están fuera del protocolo de Seguridad Nacional y de los lineamientos que marca la Organización Mundial de la Salud, lo que raya en una grave omisión institucional.
Además, no se puede perder de vista que el Presidente de la República es por ley Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas y que además tiene facultades que le otorga el artículo 29 de la Constitución Política para restringir o suspender los derechos y las garantías en todo el país o en lugar determinado para hacer frente a cualquier situación que ponga en riesgo la estabilidad nacional. Por lo tanto, su ausencia por enfermedad sería una situación que generaría una grave crisis nacional.
En cualquier emergencia en nuestro país, por seguridad nacional a la primera persona que se tiene que poner a salvo para atender la crisis desde un búnker, es al Presidente de la República.
Si nuestro Presidente enfermara, sería un golpe muy fuerte para la población, pero además generaría un vacío de autoridad en un escenario de alto riesgo como será el momento en que se alcance el pico de contagios y fallecimientos en el país, además de las secuelas económicas y la inestabilidad social que se tengan que atender con todas sus implicaciones.
Sin duda, el Presidente tiene fortalezas de liderazgo que lo llevaron a ocupar ese cargo. Pero ahora necesita usar ese liderazgo para atender la crisis y hacer lo posible para reducir al máximo el daño de la pandemia.
Por otra parte, debemos recordar que en una situación de emergencia nacional, como la actual, el Presidente de la República en su carácter de comandante supremo de la fuerzas armadas, toma el mando absoluto y todos los demás poderes, gobernantes e instancias de gobierno se supeditan a él, por lo que las únicas órdenes y estrategias a seguir son las que él mandate.
Con gran preocupación, vemos acciones de gobernadores y alcaldes totalmente descoordinadas e incluso contrapuestas, como por ejemplo, el gobernador de Yucatán decidió encarcelar hasta por tres años a personas que presenten síntomas y no acaten las medidas de aislamiento, o el gobernador de Baja California quien decidió aplicar virtualmente un “toque de queda” en su estado.
Andrés Manuel López Obrador se encuentra ante una prueba de enormes dimensiones, quizás mayor que cualquier reto enfrentado por los presidentes mexicanos más recientes.
El no saber conducirse por no dimensionar su investidura institucional o por simple postura ideológica o política, podría tener consecuencias graves y muy dolorosas para todos en el país a las que de ninguna manera debemos llegar. Es por el bien nacional.
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