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Con un tiro en la cabeza, otro en el cuerpo, Juan Gilberto Ortiz Parra dejó la vida, acribillado en el interior del vehículo en que se transportaba sobre la carretera que lleva a Cardel. Era aspirante a la alcaldía de Úrsulo Galván por Morena.
A Nicolás Ruiz Rosete, empresario ligado al PAN, precandidato a la presidencia municipal de Minatitlán por la alianza Veracruz Va, le arrojaron un auto en su restaurant, y en la batea de la unidad dejaron seis bolsas de plástico con dos cuerpos desmembrados.
Un comando armado ultimó a mansalva a Domingo Panzo Tecpile, que apuntaba a ser diputado local por Zongolica bajo las siglas de Movimiento Ciudadano.
Amagado, acusando amenazas del diputado Alexis García, de Movimiento Ciudadano, el ambientalista Miguel de la Torre Loranca mejor dejó la contienda y desistió de ser legislador por Zongolica. Era amigo del asesinado Domingo Panzo.
A Florisel Ríos Delfín, alcaldesa de Jamapa, del Partido de la Revolución Democrática, la hostigó el gobierno morenista de Cuitláhuac García, la maltrató el secretario de Gobierno, Eric Patrocinio Cisneros Burgos, le desarmaron a su policía y tácitamente la entregaron al crimen organizado, que la levantó, la torturó, le soltó bala y hasta el tiro de gracia le dio.
Otro ex alcalde, Rafael Pacheco Molina, cacique perredista en Paso del Macho, que gobernó su municipio en tres ocasiones y era asesor del ayuntamiento actual, fue interceptado por sicarios que en un abrir y cerrar de ojos le arrancaron la vida.
Un año atrás, Juan Carlos Molina, diputado local del PRI, rebelde a los dictados de Morena, renuente a servirle de corifeo al gobernador Cuitláhuac García, frustrando con su voto la deposición ilegal del entonces fiscal yunista Jorge Winckler hasta que finalmente se consumó el atraco, fue acribillado a las puertas de su rancho en Medellín, a 20 kilómetros del puerto de Veracruz.
Y así la violencia que impone, el señorío del crimen organizado, el lenguaje de las balas, del levantón, la tortura y el miedo social.
Así, de cara a la elección del 6 de junio, donde la sangre comienza a correr, serpenteando por los caminos torcidos del poder, inundando con su tufo a muerte cada rincón del otrora apacible y bullanguero Veracruz.
La violencia política ya está aquí.
La violencia permea. Hace huir a unos, amaga a otros, engallarse a unos más y habitar en los panteones a los que estaban condenados a morir por acción política.
De todos, sólo Juan Gilberto Ortiz Parra era de Morena, el partido de Andrés Manuel López Obrador, pero de una corriente distinta al gobernador Cuitláhuac García.
Su referente era Jaime Humberto Pérez Bernabé, diputado federal por Papantla, de señalamientos mordaces, dardos directos que impactaban en la inmensa humanidad del secretario de Gobierno, Eric Cisneros Burgos, alias Bola Ocho, al que el legislador acusó de intromisión en los temas internos de Morena y del desvío de recursos de la Sedesol estatal para planchar y agandallarse la elección de consejeros nacionales del partido obradorista.
“Hoy responsabilizo plenamente de cualquier situación que les pase a Eric Cisneros, secretario de Gobierno. No me vas a amedrentar, a mí no”, expresó Pérez Bernabé confrontándose abiertamente con Eric Cisneros. Y su pupilo cayó.
Ortiz Parra apuntaba a ser candidato de Morena y futuro alcalde de Úrsulo Galván, municipio cercano a la costa, ubicado entre Xalapa, la capital del estado, y el puerto de Veracruz, tierra en que la violencia viene lo mismo del crimen organizado que desde los círculos de poder.
Ahí, en Úrsulo Galván, desaparecieron seis policías en tiempos de Javier Duarte. Cogobernaba Arturo Bermúdez Zurita, secretario de Seguridad Pública de Veracruz, y un comando armado, presuntamente un grupo policíaco de élite, realizó el levantón. Nunca se volvió a saber de los uniformados.
A Gilberto Ortiz Parra le llegó la muerte camino a Cardel, el jueves 11. Se le halló con dos impactos de bala, uno en la cabeza, otro en el cuerpo. Su cuerpo quedó ladeado sobre el asiento del automóvil. No tuvo tiempo de reaccionar ni huir.
A Nicolás Ruiz Rosete, empresario constructor, ex síndico municipal, le destruyeron los cristales de su restaurant La Estación impactando una camioneta contra los ventanales y rociándoles bala. En la batea de la unidad dejaron seis bolsas de plástico, en cuyo interior hallaron dos cuerpos desmembrados.
Nicolás Ruiz es precandidato a la alcaldía de Minatitlán por la coalición PRI-PAN-PRD, luego de ganar este domingo 14 domingo la elección interna panista.
Horas después de ocurrido el atentado —1 de febrero—, Ruiz Rosete advirtió que no se irá de Minatitlán. Es generador de empleo e inversionista, adujo. Y, presume, no se deja amedrentar.
La violencia no le es ajena. Hace un año una procesadora de materiales de construcción, negocio suyo, fue atacada a balazos. Y en las redes no hay día que no sufra propaganda negra, memes hirientes, denuestos y acusaciones lanzadas desde cuentas apócrifas, el anonimato perverso que le imputa ser banda con el crimen organizado.
Y aún así, es el candidato a vencer en Minatitlán.
Es ya una piedra en el zapato de Morena. Tres años atrás contendió por la alcaldía de Minatitlán y se quedó a menos de mil 500 votos de vencer, no a Nicolás Reyes Álvarez, que es un cero a la izquierda, sino al efecto López Obrador. Hoy, de ganar la interna del PAN, se transformaría en el fantasma que atormenta al morenismo aunque siga colocado en la mira del secretario de Gobierno, Eric Patrocinio Cisneros.
Hay vientos de violencia política y Veracruz cruje. Gilberto Ortiz Parra está muerto. A Nicolás Ruiz le arrojan cuerpos desmembrados, obvio el mensaje, obvio el siniestro remitente, cuyos alcances son, por decir lo menos, demenciales. Porque cualquiera amenaza pero no cualquiera dispone de restos humanos fragmentados y los lanza al negocio del rival político.
Hay, pues, líneas que unen los hechos violentos con el círculo de poder.
A Gilberto Ortiz Parra lo situaban en la línea del diputado federal Jaime Humberto Pérez Bernabé, el que lanzó un reclamo singular a Eric Cisneros: “No me vas a amedrentar. A mí no”.
Ruiz Rosete es el candidato incómodo para el morenismo de Minatitlán y para el gang de palacio de gobierno.
Florisel Ríos Delfín, ex alcaldesa de Jamapa, levantada el 11 de noviembre de 2020, torturada, asesinada, incluso con tiro de gracia, sentía el asedio de Eric Cisneros —y así lo señaló en una entrevista previa a su muerte—, su maltrato, las denuncias contra el director de Obras y la tesorera, una orden de aprehensión contra su esposo, que finalmente se cumplimentó, y el desarme de su policía municipal. Sólo faltó que Cuitláhuac y Bola Ocho le dieran el balazo final.
Domingo Panzo Tecpile, ex alcalde de Tehuipango, fue acribillado por sicarios en el interior de su negocio de ropa, el 13 de diciembre de 2020. Era suplente del actual legislador, Alexis García, y apuntaba a ser candidato a diputado local por Zongolica.
Miguel de la Torre Loranca, ambientalista, acusó amenazas del diputado Alexis García, de Movimiento Ciudadano, y por ello desistió de aspirar a la diputación por Zongolica.
Y así los odios políticos, la amenaza, las balas, la tortura, el crimen, el luto y el dolor.
Unos mueren por la insidia; otros sienten que la muerte los ronda; unos más conviven con la amenaza y el amago; otros yacen ya en la tierra de los camposantos como estampa de la brutalidad que gobierna a Veracruz.
Así se va cumpliendo el proyecto de poder del crimen organizado, que impone candidatos y elimina al que no se arrodilla. Van cayendo los aspirantes, los precandidatos y habrá de escandalizarse Veracruz cuando el saldo rojo sea factor en la estadística de la elección.
Es la violencia política y ya está aquí.