Por José de Jesús Algarín Durán – 13 de octubre del 2024
Córdoba, Ver.- El viernes 9 de octubre de 1992 acudí a la comandancia de la Policía Municipal que en ese entonces se encontraba en el palacio municipal. Ahí estaban ubicados tanto el reclusorio como la cárcel preventiva.
Flora Luz Durán Moreno había sido agredida esa madrugada por su pareja de nombre Tolentino Rosas Romero, de ocupación taxista.
Como en otras tantas ocasiones la había golpeado y amenazado de muerte.
Esa noche, totalmente ebrio atacó la casa a pedradas, destruyó cristales y golpeó a Flora Luz. Fue detenido y llevado a los separos policiacos.
Subí las escaleras de la lúgubre y apestosa cárcel preventiva. Bajaba la misma, Flora Luz. Había trabajado en el diario para el cual laboré 34 años.
“Manito no te metas, ya hablé con él y acordamos que no me volverá a buscar ni a golpear. Ya deja todo así, ya no se meterá conmigo” me recalcó llorando.
“Deja que se presenté la denuncia-le dije- volverá a agredirte como otras veces”.
Me rogó que dejara las cosas así y la comprendí: tenía la esperanza de que su desquiciado matrimonio no se fuera totalmente por la borda y su pareja entendiera.
Decidí no entrometerme de momento.
El lunes 12 de octubre de 1992 fui enviado con otros compañeros a unirme al equipo de rescate alpino para ascender al Pico de Orizaba, lugar donde se presumía se había desplomado la avioneta del industrial Rosendo Allende, en ese momento director general de Industrial Patrona.
Habíamos subido por La Perla y llegado a la zona conocida como los arenales cuando la frecuencia radial del diario me transmitió un mensaje lacónico: Regresa en seguida. Algo muy grave acaba de pasar a tu familia.
Había rentado un caballo para poder ascender al Pico y en el mismo bajé la ladera de la montaña hasta alcanzar el refugio donde habíamos dejado las camionetas. A toda velocidad alcancé la ciudad y llegué al diario, lugar donde me esperaban mis atribulados compañeros.
Tolentino Rosas había inundado de gasolina el cuarto donde vivían Flora Luz, Julia y sus hijos y les había prendido fuego.
En el lugar fallecieron quemados Julia y el bebé, hijo de Flora y de Tolentino.
Acudí a la Cruz Roja y en terapia intensiva estaban Flora Luz, sus hijos y los hijos de Julia. Tenían quemaduras de segundo y tercer grado.
Me permitieron hablar con Flora. Trato de decirme en su desesperación varias cosas, pero la piel quemada de sus labios de despegaba al intentar hacerlo y solo alcance a escuchar algo que me estremeció: “Cuida a mis hijos”.
El miércoles 14 murió una hija de Julia, al día siguiente otra, luego murió Monserrat la hija de Flor y el sábado, tras una lucha intensa por salvarlos, falleció Flora. Armando su niño, que había permanecido en coma desde el día de los hechos, a los pocos minutos despertó, se incorporó de forma sorprendente y comenzó a llamar a su mamá. Solo volvió a recostarse para expirar.
Fueron 5 velorios, 5 sepelios y 7 muertes.
El lugar donde ocurrieron los hechos, hasta el día de hoy sigue deshabitado. Nadie más ha vuelto a vivir en ese lugar que tiene características extrañas. Un frondoso árbol ha crecido en el interior de la casa.
El atentado ocurrió el martes 13 de 1992. Ocurrió en la calle 21, entre avenidas 11 y 13 de la ciudad de Córdoba. Lo raro es que la vivienda donde vivieron estaba marcada con el número 1313.
Días después un taxista se me acercó para confiarme más información sobre el homicida al cual también lo conocía pues eran colegas y del mismo barrio de Las Estaciones.
Esa madrugada Tolentino Rosas Romero, ebrio y cegado de ira acudió a la gasolinera de la avenida 11 y calle 21. Llenó una cubeta de 18 litros con gasolina y con una manguera caminó hasta la puerta donde dormía la que fuera su familia.
Primero amarró la única puerta y salida con alambres y luego metió la manguera por uno de los orificios de los cristales que él había roto a pedradas el viernes anterior. Succionó la gasolina y dejó que el líquido se esparciera en el piso de la casa.
Hecho esto encendió un cerillo y lo tiro adentro. Salió corriendo tras el mortal flamazo. Llegó corriendo a la estación del ferrocarril donde se encontraba un taxista conocido.
Le dijo que lo llevara a Peñuela y se subió. El taxista notó que Tolentino olía intensamente a gasolina y de pronto comenzó a reír a grandes carcajadas.
Cruzaban la calle conocida como Los Arcos cuando de pronto el homicida le espetó al taxista: “No volverás a verme. Acabo de hacer algo por lo que siempre seré recordado”, y volvió a carcajearse.
El taxista presintiendo algo grave le dijo que se bajara que ya no lo llevaría a ningún lado y el sujeto le pidió que lo llevara mejor a Puente de Oro a casa de un compadre.
El chofer paró su unidad y lo bajó de inmediato para luego arrancar a toda velocidad.
Al enterarse de la tragedia y por medio de los diarios ver la foto de quien había transportado la noche anterior sintió miedo hasta que tomó la decisión de acudir a mí y decirme todo.
Ni la Procuraduría General de Justicia ni la Policía Ministerial dieron seguimiento a este caso que prácticamente desapareció a una familia entera.
Ha pasado el tiempo. El césped ha crecido sobre las tumbas, sinónimo de la paz del camposanto. En nada se compara al infierno que debe sufrir un corazón perseguido por los fantasmas del atroz y aberrante acto cometido en contra de quienes más dijo amar.