Por Jorge Salazar García.
Sin duda alguna, la deuda es una soga en el cuello que nos ata a la dependencia económica, al subdesarrollo y endémica corrupción. Tal como hoy se conoce, su origen sigue al surgimiento de la banca y el de los banqueros. Pues estos señores, desde siempre, al otorgar préstamos, imponen condiciones leoninas para asegurar el pago de intereses y más endeudamiento. Para ello requieren fomentar la corrupción en la clase política; poco importa si lo prestado es dilapidado o robado. Aquella Nación que intente romper esa soga, declarándose en moratoria o suspendiendo pagos, de inmediato será sancionada o intervenida, hasta que acepte las recetas de Washington. De este modo se impuso a México el neoliberalismo y se perpetuó en el poder una clase política sumamente corrupta. Desde la fundación del PRI nos gobiernan las mismas dinastías, aunque estén en partidos diferentes.
Ciclo perverso
Improvisación, ineficacia, despilfarro y corrupción son las causas principales de ese déficit permanente generador del endeudamiento interno, externo y eterno que padecemos los mexicanos. Naturalmente, los costos los paga el pueblo vía impuestos, topes salariales, liberación de precios, reducción o supresión de servicios públicos, rescate de ladrones (bancos) y financiamiento a monopolios. El Estado, así sometido, jamás pagara la deuda, pues su riqueza es consumida por resumideros insaciables. Un préstamo remedia el déficit del primer año; pero, al no desparecer las causas que lo originaron, la crisis de insolvencia regresa. Así se crea un ciclo tormentoso, parecido al impuesto a Sísifo, quien subía una piedra por la montaña, con muchos sacrificios, sólo para verla descender de nuevo y volver a empezar. Igual ocurre con el déficit-dispendio-rapiña-deuda-déficit.
Morena ha mantenido ese ciclo perverso de manera magistral sirviendo los banqueros de Davos implementando su Agenda 2030. De no suspender pagos, la deuda arrasará hasta con lo bien construid. Parecidos a una avalancha imparable, los intereses consumen parte importante del presupuesto haciendo inevitable la necesidad de más préstamos. En 2017, debíamos 9.4 billones de pesos; este año, Hacienda reporta 16.8 billones. Con Peña Nieto cada mexicano debía alrededor de 80 mil pesos; al terminar AMLO su gestión, deberemos cerca de 130 mil pesos. Así funcionan las recetas “recomendadas” por los banqueros; personas de quienes trata este artículo.
Un poco de Historia.
La moneda circula desde antes de nuestra Era, las actividades bancarias ya se practicaban en Babilonia. En el s. VII a.C. existían personas dedicadas a manejar el dinero, llamadas trapezitas. Poco se utilizaba en el comercio, pues este, generalmente, se realizaba mediante el sistema de trueque (intercambiando mercancías). Así se comerció hasta finales del feudalismo (s. XV). Y aunque algunos comerciantes y reyes usaban oro de moneda, debido a los frecuentes asaltos, aquel terminaba en las bolsas de asaltantes. Esa inseguridad la pretendieron remediar pidiendo a los orfebres (judíos) guardaran su oro.
La inseguridad, negocio de banqueros.
El orfebre vendía mercancía y prestaba su oficio en las ferias y plazas públicas sentado en un banco frente a una mesa: de ahí el nombre de banquero (banchieri). El oro confiado, lo resguardaba en bóvedas otorgando un recibo a cambio de un pago. Al principio, propietario (A) y orfebre (B) se beneficiaron: “A” podía pedir a “B” sólo la parte de oro que necesitaba gastar, dejando seguro el resto; y, “B”, recibía su pago. Desafortunadamente, la inseguridad continuó. Así que, “A”, imitando a “B”, ideó pagar a sus acreedores (C) también con un recibo, mostrándole el extendido por “B”. Sabía “C” que podría cobrarlo en la orfebrería. La misma inseguridad, obligó a “C” pedir al orfebre un recibo, en lugar del oro; dejando el metal en la bóveda. Esta forma de pago y cobro se generalizó tanto que el oro se acumuló en la bóveda del orfebre. Éste, al observar que muchos preferían usar recibos en lugar del oro, se le ocurrió hacer préstamos por su cuenta, sin oro propio. En este preciso momento nace el engendro llamado banquero.
Obviamente, no daba oro, sino recibos, especificando que los intereses se los pagaran ¡en oro!: daba papel a cambio de riqueza real. Junto al oro de sus depositantes, fue incorporando el suyo. Ahora podía ofrecer más recibos (papeles). Pronto acudieron más personas por préstamos ofreciendo sus bienes como garantía de pago (nace la hipoteca). El número de solicitantes aumentó tanto, que el monto de los recibos circulantes superaba el valor del oro guardado en las bóvedas. Podría decirse que aquí surge el papel moneda, los bancos y las deudas. El orfebre ya no escribió en el papel “Recibo de… tanto” sino, “Prometo pagar al portador… “. Cambió una obligación por una promesa. Eso son los billetes actuales. El premio Nobel de Economía Robert Shiller afirmó categórico que los banqueros originan rabia “por su prepotencia y arrogancia, por su búsqueda descarada del dinero” (Instituto Louis Even para la Justicia Social; “Los dueños del Mundo”, 2015).
Banca privada.
En el siglo XII se crearon los primeros bancos privados en Italia (el de San Giorgio en Génova y el Vital en Venecia) teniendo un carácter militar y/o religioso. Los yanquis, en 1791, fundaron el First Bank of the United States: funcionó de banca central hasta 1811. Posteriormente, durante el siglo XX, los bancos estatales (centrales), poco a poco, fueron privatizados, trasladando la facultad de emitir moneda y controlar la masa monetaria a particulares. Sin restricciones, los banqueros ponen en circulación dinero (créditos) para acelerar la inversión o restringirla, según convenga a los grandes capitalistas. Su propósito es “explotar al comprador en tiempos de inflación y al vendedor en la recesión”. Si hace mucho dinero, su valor disminuye, suben los precios y las mercancías no se venden; entonces, se producen quiebras y aumentan las deudas. Estos engendros siempre ganan y; además, se posicionan socialmente como símbolos de progreso y civilización; cuando, en realidad, nos están conduciendo a la barbarie y la extinción.
Bancarrota mundial
Mientras los bancos trabajaron aislados, sabiendo que las doctrinas hebreas condenaban y prohibían los préstamos cobrando injustos intereses, limitaron su codicia. Más tarde, unidos en monopolios, su avaricia se desbordó. Constituido el sistema bancario, lo único que podría detenerlos era que todos o la mayoría de depositantes y acreedores acudieran por su oro. Ningún banco tendría el oro suficiente para cubrir el monto de los recibos circulantes. Por esa razón, fue toral, para ellos, fomentar la confianza, mediante la publicidad. Previendo tal eventualidad, los banqueros de Estados Unidos (EU) sustituyeron al oro como patrón de cambios, por el dólar, otorgándose, en la Conferencia de Bretton Woods (creación del Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial, 1944) la facultad de hacer la cantidad de billetes (recibos) que se les antojara y originando deudas impagables. Actualmente, ni todos los dólares circulantes del mundo alcanzarían para pagar su deuda que rebasaba, en 2023, los 34 billones de dólares. Cada gringo debe más de 100 mil dólares y su país, prácticamente, está en quiebra. Por cierto, respecto a esto, en la edad media, cuando un orfebre fracasaba, rompía públicamente su banco, indicando su estado: así se originó la palabra bancarrota.
Los cambios mencionados, facilitaron (1970) procesos especulativos con el dólar. Un año después Richard Nixon, sabiendo que su circulante excedía sus reservas en oro, suspendió la convertibilidad del dólar en oro. El resultado de esta medida fue el desbordamiento de la especulación financiera. Resultado: el dinero ficticio (financiero) es superior al real (productivo) y su emisión está en manos privadas. Esta manera de despojar la riqueza de todos, estimuló alianzas globales entre los capitalistas y, a partir de 1978, tanto el Banco Mundial como el Fondo Monetario Internacional se convirtieron en reproductores de las políticas financieras de Washington.
Sin embargo, hay salida; y, sin abandonar el capitalismo. De acuerdo al escocés, C. H. Douglas, (1879 -1952) el sistema bancario especulativo, podría corregirse transformando el crédito financiero en crédito social. Este consiste en ajustar el circulante a la capacidad de producción. De hacerlo, un país, no tendría necesidad de endeudarse, pues su producción respondería al consumo no a la especulación. El crédito social “proviene de su capacidad de producción, su posibilidad de producir y repartir los productos según las necesidades”.