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Para sorpresa de muchos, AMLO adoptó la doctrina Videgaray para tratar con Trump, pese a las críticas a la “docilidad” de Peña.
04 de Junio de 2019
La intimidación de la contraparte permite negociar con ventaja. No hay descubrimiento, la fuerza puesta sobre la mesa para imponer condiciones siempre ha estado presente en la historia.
La novedad con Donald Trump es que, en estos tiempos de corrección, se jacta de hacerlo como estrategia para imponerse a los otros. Así lo dijo con todas sus letras en un libro para el ámbito de los negocios privados y es notorio que ese pensamiento lo ha trasladado al terreno de la política y la diplomacia.
Esa apología de la extorsión la lleva a la práctica desde sus mensajes en redes sociales. Si Andrés Manuel López Obrador innovó la comunicación política con sus conferencias diarias conocidas como “mañaneras”, Trump hizo lo propio con el uso de Twitter. Más que espacios para informar, en ambos abundan las fake news, son rings para el ejercicio pugilístico; los dos comparten la técnica de comunicar confrontando y polarizando.
Y sin duda que le funcionó muy bien con México porque con un tuit sacudió al país y provocó una reacción inmediata y con sentido de urgencia por parte del gobierno.
El presidente López Obrador le envió una carta pública y mandó una delegación encabezada por el canciller mientras caía la bolsa y se depreciaba el peso. No importó que Marcelo Ebrard tuviera que hacer cinco días de antesala. La primera satisfacción del mandatario norteamericano debe ser el polvo que levanta cuando su dedo índice toca send en su teléfono.
La amenaza es potente. Subir aranceles 5 por ciento a partir del 10 de junio hasta llegar al 25 por ciento en octubre si México no detiene la migración sin documentos y el tráfico de drogas hacia Estados Unidos es para preocuparse. Que eso afectaría también a empresarios y consumidores norteamericanos, que hay resistencias poderosas en ese país y se podría responder con medidas recíprocas focalizadas, no basta para despreciar el amago; pero debieran servir para establecer una estrategia inteligente de respuesta.
Donald Trump busca una victoria de la cual jactarse con sus electores de cara a su campaña reeleccionista y en la baraja no parece tener otra opción más sencilla y rentable que la de México, el cual ya le funcionó como villano en la elección de 2016. Por irracional que parezca, contó con la contribución del entonces presidente Peña Nieto al organizarle un evento en Los Pinos. El bully obtuvo ayuda del bulleado y todo indica que quiere repetir la historia con otro guion.
Para sorpresa de muchos, López Obrador en el poder adoptó la doctrina Videgaray para tratar con Donald Trump, no obstante las críticas que tuvo como opositor a la “docilidad” de su antecesor y que como candidato llegó a anunciar que respondería tuit por tuit para que el estadunidense “aprendiera a respetar a México”.
Como presidente electo, rectificó al grado de compararse con él: “ambos sabemos cumplir lo que decimos y hemos enfrentado la adversidad con éxito. Conseguimos poner a nuestros votantes y ciudadanos al centro y desplazar el establishment”.
Si cambió es porque piensa que se necesitan. La apuesta de López Obrador es que Estados Unidos le ayude a desarrollar económicamente el sur del país y Centroamérica con el buen argumento de que el empleo reduciría la migración hacia el norte.
Por eso ha guardado silencio durante cinco meses de la consabida hostilidad discursiva e insistencia por construir el insultante Muro. Pero el creciente flujo de indocumentados y las necesidades políticas de Trump hicieron a éste dar un manotazo que no podía ignorarse.
En la efervescencia de su triunfo, López Obrador invitó y ofreció trabajo a migrantes centroamericanos. Sin embargo, nunca se habían deportado a tantos como en el inicio de su gobierno: 60 mil en cinco meses y en mayo el triple que en enero. Olga Sánchez Cordero anunció que los 200 kilómetros del Istmo de Tehuantepec serán la contención de la migración, es decir, el Muro en México.
Pero para Trump no es suficiente porque necesita de un conflicto para alzarse con la victoria mediática y ésa parece ser que México admita ser “tercer país seguro” que obligue a los migrantes a permanecer, en contra de sus derechos y seguridad, en nuestro territorio mientras duran sus juicios de asilo. Lo que ni Peña aceptó.
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