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Llegó a la sala de reunión como llega cualquier persona cuya humildad espiritual está de acuerdo con su humanidad y su ética. Robusta como muchas mujeres del país, blanca como pocas en un mundo de mestizaje y sonriente como todas las personas que saben que se levantan cada mañana para ser mejores y procurar el bien, y con suave voz, pidió permiso para entrar y ocupar un lugar en la mesa de trabajo.
Atrás, otra mujer más menudita, traía una pequeña esterilla llena de pan y una jarra con una bebida oscura que supuse que era un aromático café.
Empecé a levantar mi computadora, hojas, lápices, el celular,: ¾¡Pásele, pásele¾ les dije ¾¿Qué les ofrezco, agua, café?¾y sonriendo me contestó que nada, que así estaba bien…
Luego entró Plinio, con el aire desgarbado que lo caracteriza y sin más me dijo: ¾¡Es la Patrona Mayor!¾ y ahí, mis sentimientos de profundo respeto por doña Norma Romero Vázquez se revelaron como una epifanía ante lo sublime de lo humano.
Extendí mi mano para poder tocar la suya y al contacto pude sentir la fuerza equilibrante de quien es capaz de amar al prójimo en el desprendimiento del yo, del egoísmo… sus ojos café oscuro brillaron y me devolvieron una cálida mirada de sublime amistad.
¾¡Permítame expresarle mi admiración y respeto por la humana labor de su grupo y el de usted misma!¾ quise en ese momento poner mi corazón en su mano y demostrarle así, que esas manifestaciones de bondad que ella y el grupo de mujeres que han venido realizando desde hace más de una década, son las que marcan y le devuelven al mundo una suficiente razón de vivir y de ser mejores.
Con voz segura, ni alta ni baja, simplemente segura por la claridad de los argumentos me dijo: ¾ Simplemente hacemos lo que nuestro corazón y amor por el prójimo nos dicta¾ sus ojos hablan por ella, mientras su voz abre ventanas de entendimiento¾ ¡Hacemos lo que nos gustaría que hicieran por nosotros, dar alimento, agua, seguridad, a las hermanas y hermanos que desesperados viajan a buscar el bien de sus familias!
La bestia bufa, emite un ruido espantoso mientras sus patas de acero ruedan echando chispas en los acerados y enrojecidos rieles. En sus lomos lleva una preciosa carga llena de sueños y esperanzas, pero también de angustia, miedo y olor a muerte. Son los millones de mujeres y hombres que a lo largo de siglos van en largas filas recorriendo el mundo bajo la amenaza de muerte de los diversos imperios. Son los peregrinos que con su fe van rodando por el mundo; son los migrantes que buscan el nuevo mundo huyendo de los horrores del holocausto que acabó con el suyo; son las mujeres que se han convertido en botines de guerra en una absurda guerra patriarcal; son los huérfanos de todo que buscan nuevos padres; son los sedientos que buscan un fresco manantial; son los hambrientos que buscan entre el detritus el mendrugo de pan; son los desamparados que buscan un cálido abrazo que les devuelva la fe y el amor humano y solidario… La Bestia para y baja su carga de caras espantadas, macilentas, hambrientas, sedientas y desesperanzadas en un raro paraje, en una isla de humanidad, en La Guadalupe, de Amatlán, de Veracruz, a ellos, Norma, la Patrona Mayor, les muele el tierno maíz para saciar su hambre; les convierte el agua en bendita para apagar su sed y entre su frondoso pecho, con su cálido abrazo les devuelve la seguridad de estar vivos y de que hay un mañana que exige ser cada vez más buenos.
Los niños ríen: los viajeros y los lugareños; las mujeres cantan: las peregrinas y las locales; los hombres lloran: los migrantes y los sedentarios… No para el rio de gente, tampoco la energía de Las Patronas que coordinadas por Norma han decidido ser simplemente buenas.
Ayer, en solemne protocolo, el Congreso del Estado merecidamente le otorgó, les otorgó a Las Patronas, el Premio a la Mujer Veracruzana.
Volví a tocar su mano y escuchar con atención su despedida: ¾ ¡Vaya a vernos, tenemos un poco de comida, de agua, de cariño para usted!¾ me sentí el emigrante más feliz del mundo: ¾¡Gracias doña Norma, gracias de todo corazón!
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