*Mayo me gusto pa’ que te vayas
*Para nosotros un deporte, una diversión,
para los dueños, un negocio, una empresaria
Por Noé Flores Cortés
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Esta película ya la hemos visto y muchas veces, se acaba el apoyo de la autoridad, que en ocasiones consiste inclusive en pagar la nómina completa y bien surje una nueva oferta y los dueños y empresarios no lo piensan dos veces, se llevan el equipo a otra ciudad.
Es fuerte su inversión, por lo que no están dispuestos a perder un sólo peso y cuando aquí ya no es negocio, se van a otro lado, sin importar la identidad, el amor a la camiseta o cosas de estas que para ellos no importa, pues es dinero, es inversión, es negocio y adiós.
Lo mismo sucede en beisbol, futbol, baloncesto y todos los deportes; existen pocos que por romanticismo se quedan en un lugar, sobre todo, si ya dejó de ser negocio.
A la distancia, no sabemos si en Morelia la gente ya no respondía o había dejado de ser negocio para los dueños del equipo, lo cierto es que surgió una nueva oferta, atractiva, interesante y mejor negocio y vámonos.
Se inició la mudanza del estadio de Morelia y sus aficionados se sienten traicionados, pero por más manifestaciones que hagan no podrán evitar lo inevitable, que los primero Canarios y ahora Monarcas desaparezcan del mapa futbolero de la primera división.
“Fantasma” Figueroa y otros jugadores, han prometido trabajar para que Morelia no se quede sin futbol; quizá iniciarán desde cero o buscarán adquirir una nueva franquicia, sobre todo, ahora que se habla de aumentar a 20 o 24 los equipos en el máximo circuito.
Pero puede ser que Morelia incurra en la nueva liga Nacional Balompie Mexicano, circuito que se fortalece cada vez más, aprovechando los errores de la MX, el más importante, el haber desaparecido la Liga de Ascenso y ahora permitiendo éste cambio de plazas, sin previo aviso, tal como lo indica el reglamento que debe anunciarse un torneo antes.
Pedro Osorio Nicolás, uno de los jugadores referentes del Morelia y quien dejó huella allá, gracias a su entrega, su lucha y constante esfuerzo, pues lo definen atinadamente por ser un elemento que siempre dejó todo en la cancha, lo cual nos consta, porque así es él, aun ahora, en los juegos recreativos de Azucareros de Córdoba, deja todo en la cancha, al igual que todos sus compañeros, pues es parte de su personalidad.
Pedro precisamente nos hizo llegar una crónica de Farid Barquet Climent titulada Mayo me gustó pa que te Vayas y la reproduzco íntegra, pues me parece muy oportuna, dándole su crédito a quien la escribe, con la esperanza de que haya un milagro y Morelia no se quede sin futbol y si también nos toca, que vuelvan los Tiburones, dos equipos en los que militó Pedro Pablo Osorio Nicolás.
Por: Farid Barquet Climent.
Compraventa que en realidad es despojo, el traspaso de la franquicia de Morelia a Mazatlán es un golpe bajo a la afición michoacana, y hunde en todavía mayor descrédito a la Liga MX, de por sí devaluada en credibilidad, en la que los dueños de los equipos ven a los aficionados como huestes desechables, de úsese y tírese.
Por más que presuma actuar “con enfoque en la creación de valor y en el mejoramiento de la sociedad” —como engoladamente se lee en la página web del Morelia— el corporativo propietario de la franquicia sólo tiene interés en el valor económico, que tratándose de clubes de futbol se nutre de un tipo de capital, que el sociólogo francés Pierre Bourdieu conceptualizó bajo el rótulo “capital simbólico”,[1] generado y alimentado por su identificación con las comunidades en las que se asientan, que en el caso del Morelia es de tal alcance que desborda a la ciudad que le da nombre, llega a todos los confines del Estado de Michoacán y comprende también a los 4 millones de migrantes de esa entidad que viven en Estados Unidos.
Se puede vender la licencia para jugar en Primera División, pero lo que no se puede enajenar, porque nadie se lo puede apropiar, es lo que el antropólogo Carlos Prigollini, siguiendo a Bourdieu, denomina “patrimonio simbólico exclusivo”[2] de la comunidad de aficionados. Ese patrimonio es el que llevó al filósofo y poeta Ramón Xirau a escribir que “la camiseta en fútbol no es poco”.[3] El autor de Palabra y silencio y Tiempo vivido sabía muy bien que la camiseta funge como una bandera. Y vaya que la de la franja roja atravesada en diagonal sobre fondo canario es la representación iconográfica de una historia labrada con el fragor de 70 años. Fundado en 1950, el Morelia consiguió instalarse en Primera División 7 temporadas después, permaneció ahí durante 11 pero en 1968 regresó al circuito de ascenso, hasta que un zurdazo de Horacio Rocha desde los 11 pasos mientras transcurría el minuto 28 de la final disputada contra el Tapatío —filial de las Chivas— el 26 de julio de 1981 en la entonces casa de los ates, el estadio Venustiano Carranza, le dio otra vez el ascenso a la máxima categoría, en la que, no sin serios sobresaltos como el vivido a mediados de los 90 y más recientemente en 2017, se ha mantenido ininterrumpidamente a lo largo de 4 décadas, sin vitrinas atestadas pero con una propuesta futbolística generalmente atrevida, de apuesta ofensiva, constitutiva de todo un capital simbólico forjado por todos los planteles que han portado su camiseta desde entonces, incluido desde luego el que ganó la Liga en el torneo Invierno 2000, pero al que contribuyeron de manera muy destacada los de los años 80 y 90, que hicieron época en tiempos en que competir en Primera División no suponía las comodidades de hoy.
Aquel Atlético Morelia, que cuando lo recordamos nos remite a la imagen de Marco Antonio Figueroa con la cara cubierta por el torso de su camiseta en cada festejo de gol —la que le valió al chileno el apodo de “Fantasma”—, no contaba siquiera con servicio de lavandería, pues todos sus integrantes, desde los importados Juan Carlos Vera y Ángel Bustos hasta los jóvenes debutantes, tenían que lavar en sus casas la ropa de entrenamiento. Por causa de la precariedad aquel plantel en el que figuraron, entre otros, el portero mundialista Olaf Heredia, el duro central orizabeño Pedro Osorio, un mediocampista de fino trato al balón como Mario Díaz y un defensor de mucho oficio como Ricardo Campos, viajaba en camiones a todas las ciudades a las que iba a disputar partidos. Era un club gestionado de manera muy modesta pero muy digna. Su operación descansaba sobre los hombros de solo tres empleados: Glafira Rodríguez y su hermana Griselda más el apoyo de Gabriel.
La vía para preservar el capital simbólico del Morelia la formula con acierto nada menos que Juan Carlos Vera. Así como repartía juego, hoy pone la solución para que el Morelia sobreviva. En declaraciones al suplemento deportivo Cancha del diario Reforma, Vera propuso lo que en otro texto he sostenido para los equipos abandonados a su suerte: la conveniencia de formar una asociación civil que les dé continuidad. Vera vislumbra la refundación del Morelia bajo esa modalidad societaria para que sea, en palabras del andino, “un equipo a donde existan los socios, donde todos tengan derecho a opinar del equipo y elegir un presidente. Es lo mejor que podría pasarle que socios compren acciones, es lo más tranquilo y seguro para que nunca más pase eso (la venta de la franquicia a una ciudad foránea) en el futbol de Michoacán”.
[4]
Amarga Navidad, la canción más popular de la intérprete michoacana Amalia Mendoza “La Tariácuri”, dice en su primera estrofa: “Si va a llegar el día en que me abandones, prefiero, corazón, que sea esta noche”. El día en que Grupo Salinas abandonó al Morelia ya llegó, y no en navidad, sino en las postrimerías de este mayo de pandemia. Pero ese solo golpe no será suficiente, como en la canción de la artista de Huetamo, para acabar con el Morelia. Porque el Morelia ya existía desde mucho antes y sabrá trascender su marcha.
El escritor estadounidense J. R. Moehringer —el que escribió la colosal autobiografía del tenista Andre Agassi— en uno de los prólogos a su novela autobiográfica El bar de las grandes esperanzas escribe: “todo el mundo tiene un lugar sagrado, un refugio, un lugar en el que su corazón es más puro, su mente es más clara”.
[5] Para 4 y medio millones de michoacanos en Michoacán y para otros 4 millones que radican en Estados Unidos, hay un lugar simbólico en el que su corazón es más puro y su mente es más clara: el Morelia. Y por eso un solo golpe no bastará para que lo pierdan.